miércoles, 26 de abril de 2017

Jamás


                             aprenderé  a callar
en los silencios
que en mi casa solo sabían a muerte.
Donde el ruido
fue la banda sonora
de todos mis insomnios

Ni siquiera
el murmullo pudo ser acogido
por los llantos partidos
de aquella metralla.

Yo
que nunca supe por qué gritar,
pero lamenté con mi huida
la incesante presencia de vuestra ausencia.

Me perseguisteis
hasta el abismo.
Saltasteis por mí
para que viera lo que era caer
y que nadie
me estuviera esperando.

Retrocedí,
por miedo a volver
y choqué
de espaldas
con tus recuerdos.

Me encontré
con todas las porciones
de mi ser;
de las que prescindí por el camino
[no todo cabe
en las entrañas].

Cultivé
todas mis vertientes
pero solo
lograron desembocar
en aquel triste
océano de lágrimas.

Hoy,
con el agua hasta el cuello
tomo mi primera decisión:
Dejo de escribir lo que siento
y comienzo
a sentir lo que escribo.
Decido sumergirme,
navegar por esas aguas
demasiado saladas
como para no sufrir la ósmosis.
[Una muerte dulce
siempre
llega a punto para el postre].
Pero al menos
allí abajo
nadie abrirá las puertas sin permiso.

Allí
solo
habrá silencio.

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